«Santa Luisa, mujer de esperanza» XXXIV JORNADA DEL SEMINARIO VINCENCIANO, 7 de mayo de 2022-Cagliari, Cerdeña

Este año, como todos los años, la Familia Vicenciana de Cerdeña organizó el Seminario Vicenciano 2022 titulado «Santa Luisa, mujer de esperanza» y, también para esta edición de estudio y encuentro, se decidió celebrarlo en línea, ya que todavía estaban en vigor las normas anti-covid relativas a las concentraciones en lugares cerrados. A dos días de la fiesta de Santa Luisa de Marillac, que el calendario litúrgico romano celebra el 9 de mayo, hemos querido reflexionar con ella en el Seminario 2022 porque Santa Luisa es tan fundamental para comprender el carisma vicenciano que no se puede profundizar en el carisma del santo al margen de su principal colaboradora, no sólo para la fundación de las Hijas de la Caridad. De hecho, San Vicente confió también a Santa Luisa la importante tarea de animar las Caridades, ahora llamadas Grupos de Voluntariado Vicenciano.

Después del largo periodo de pandemia con tantas limitaciones que han minado no tanto el contacto con los pobres o el servicio a los necesitados, sino las oportunidades de encuentro y confrontación entre los grupos, Santa Luisa es motivo de reflexión durante el Seminario para revigorizar la esperanza en este momento aún más dramático por la guerra en Ucrania. He aquí algunos extractos del hermoso informe del Seminario realizado por el Visitador de los Misioneros Vicencianos de Italia, el Padre Erminio Antonello CM.

«¡Qué árbol has aparecido a los ojos de Dios, ya que has producido tantos frutos! Que seas siempre un hermoso árbol de vida que produce frutos de amor» (San Vicente)

Santa Luisa representa una parte de nuestra alma de vicencianos. Ella nos enseña a ser un signo de la ternura de Dios hacia los pobres. Nos lo enseña porque fue una auténtica cristiana que recorrió un intenso camino pascual en su vida. De hecho, su vida estuvo marcada por el paso de la oscuridad del sufrimiento (el íntimo y poco documentado) a la luz del amor. En este pasaje pudo tocar en su humanidad lo que significa «ser pobre» y, al mismo tiempo, «ser amada». Experimentó en sí misma el abajamiento descenso de la cruz como Jesús, pues también ella fue crucificada, sintiéndose rechazada y angustiada por el abandono incluso de Dios. Pero, al igual que Jesús, también experimentó la alegría de la resurrección a través de una vida de amor. En el poder unificador del Espíritu Santo, Luisa se dio cuenta de la unidad de su conciencia en Cristo, como recordaba San Vicente al día siguiente de su muerte: «Hermanas, ¡qué hermoso cuadro pone Dios ante vuestros ojos! Es una imagen … que debe animaros a hacer lo mismo, a adquirir tal humildad, tal caridad, tal tolerancia, tal firmeza en todas las circunstancias. Y recordaros que en todo ella pretendía conformar sus acciones a las de Nuestro Señor. Era como dice San Pablo: ‘Ya no soy yo quien vive, sino que es Jesús quien vive en mí'» (SV, Conferencia del 24 de julio de 1660).

De todas estas experiencias surgió la figura de Santa Luisa, una mujer capaz de acariciar a los pobres con la ternura de Cristo: «‘En cuanto a vuestro modo de tratar a los enfermos’, instruyó a ‘sus’ Hijas de la Caridad, ‘que no sea como para liberaros de una tarea pesada, sino con gran afecto, informándoos minuciosamente de sus necesidades, hablándoles con dulzura y compasión'» (Santa Luisa de Marillac).  Luisa es una santa que se adapta bien a nuestros tiempos modernos, ya que incluso en estos tiempos muchas personas experimentan el drama de una escisión interior y la sospecha hacia Dios.

Y, como le ocurrió a ella, señala la posibilidad de su propia redención a través de un camino de caridad que sabe gastarse por los demás. Con su vida nos recuerda que la experiencia humana de cada tiempo y de cada persona está en las buenas manos de Dios y de su Providencia. Y por eso, abandonados en estas manos, es posible atravesar el proceloso mar de la vida, porque como ella decía: «Ruego a todas nuestras hermanas que permanezcan fuertemente unidas a la guía de la divina Providencia, que la amen y se abandonen continuamente a ella, estando seguras de que si le somos fieles hasta este punto, su bondad no nos abandonará; y todo lo que nos da dolor en el presente, se transformará en un gran consuelo» (Santa Luisa de Marillac).

P. Erminio Antonello, CM

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