Mi vocación es servir con alegría

Mi vocación comenzó a muy temprana edad, mi familia es cristiana católica de un pequeño pueblo de Catarina, en el interior de Ceará, Brasil. Gracias al ejemplo de mis padres y el fiel testimonio de mi abuela materna, Maria Ezequiel Domingues (fallecida), mi familia se adhirió a las cosas de Dios, especialmente la devoción a Nuestra Señora: el rosario que veíamos rezar todos los días a mi abuela, así como dar gracias antes y después de las comidas, oración antes de acostarse y al levantarse y el hábito de pedir la bendición de los padres y los ancianos con respeto y obediencia. Estas prácticas, así como la caridad hacia los necesitados que la familia observaba, y que nuestra madre practicaba, infundieron en nosotros valores cristianos y agudizaron nuestra generosidad.

Después de la primera comunión, continué asistiendo a las reuniones de oración y fui catequista. Fui feliz cumpliendo esta misión y siempre deseé ir más allá. Después de la confirmación, sentí claramente la llamada a la vida consagrada y el Espíritu Santo me dio el coraje de hablar y anunciar las maravillas del Señor con alegría y sin temor. El celo misionero, la postura profética de los sacerdotes, la Iglesia renovada, las parroquias vibrantes y los jóvenes comprometidos y animados fueron, y siguen siendo, el sueño de Dios, encontró eco en mi corazón y alimentó mi vocación.

Como era común en las ciudades pequeñas de Brasil, los jóvenes emigraban de su tierra natal para estudiar y conseguir un trabajo en otros estados, yo también dejé mi tierra natal hacia Recife, donde mi tía Sor Ester había conseguido un lugar para que estudiara magisterio junto con otras jóvenes internas en el Colegio María Teresa, bajo la dirección de Sor Irene Jacob y otras Hijas de la Caridad, a quienes estoy muy agradecida por todo lo que recibí y aprendí de ellas. Durante este tiempo busqué a las Hermanas responsables de la Animación Vocacional y participé en las sesiones que organizaron. Cuando terminé el curso, fui admitida al Postulantado el 11 de febrero de 1988. Fue una de las mayores alegrías de mi vida. Sor Diva Pinto Freire, confió siempre en mi vocación, me recibió y me presentó a la Comunidad. Hoy, a los 94 años, sigue lúcida y continúa sirviendo y enseñando trabajo manual a niños pobres a quienes siempre ha amado.

El 16 de julio de 1989, fiesta de Nuestra Señora del Monte Carmelo, entré en el seminario. Mi grupo celebraremos pronto los 31 años de vocación. Mis compañeras son Sor María de Jesús Santiago, Josefa Luiz Ribeiro y Rita de Cássia Cerqueira. La Beata Lindalva Justo de Oliveira, cuya canonización está en proceso, era de nuestro grupo vocacional; tuve el privilegio de vivir con ella en el Seminario donde pasamos un tiempo de profundo silencio y oración. Sor Lindalva era madura en su fe, reflexiva, consciente de su decisión y comprometida con el servicio. Después del Seminario, fui enviada en misión a Salvador, Bahía, a la Comunidad del Instituto de Nuestra Señora de La Salette, donde estuve 13 años y aún hoy sigue siendo un pilar en la formación continua, especialmente en los valores de la vida fraterna, la amistad, la obediencia a los superiores y la verdadera alegría en la misión. En medio de las dificultades, tengo el coraje de perseverar sin cansarme nunca. Permanezco firme en el proceso de conversión, confiando en la bondad de Dios que no me deja desfallecer en la fe ni desanimarme en el gran don de mi vocación.

Hoy, mi comunidad (Escuela San José) ubicada en una zona portuaria donde se ganan la vida los pescadores; hay desempleo, hambre y todo tipo de adicciones. Es en este contexto de vulnerabilidad desarrollo mi servicio de evangelización, asistencia social y colaboración para la formación humana y cristiana de los niños y sus familias con la ayuda de mis Hermanas, los Vicentinos y los voluntarios de nuestra parroquia. En la escuela, trabajo en coordinación pedagógica, pastoral escolar y catequesis de primera comunión. En las parroquias somos muy bien recibidas y aceptadas por los laicos que confían en nuestro trabajo en la comunidad educativa y en el entorno social en el que trabajamos. A pesar de las muchas dificultades con que nos enfrentamos, nos esforzamos por ser testigos de Dios para la gente y, ellos a su vez, respetan a las Hijas de la Caridad que comenzaron aquí una misión hace más de 80 años.

En este momento de pandemia, que ha traído crisis y desafíos mundiales, estamos distribuyendo a las familias semanalmente alimentos, frutas y verduras, así como mascarillas; también les enseñamos el cuidado adecuado para evitar la contaminación del Covid-19.

Cada día es un nuevo desafío, pero Dios nos sorprende con su infinita misericordia, renovando nuestro amor incondicional a su servicio.

Quiero agradecer profundamente a Nuestro Señor por la vida, misión y vocación que me ha dado.

Sor Maria Dejânia Domingues de Oliveira H.C., Provincia de Recife – Brasil